19 de septiembre de 2011

A buen entendedor... amanece más temprano

Lo que antes nos convertía en raros a ojos de los demás, interesantes, a los de algunos y especiales, a los nuestros, ha terminado convirtiéndose en algo la mar habitual para todo el mundo. Ahora, es de curso legal. Es como la falsa moneda. Va de mano en mano y de boca en boca pero, en realidad, a ninguno le interesa.

¿Qué repercusión ha tenido esto en lo que creíamos nuestro mundo interior único e imposible de fotocopiar? ¡Uff! ¿Por dónde empiezo…?

Hemos tenido que rizar el rizo. Como la expresión que da nombre a la novela de Henry James, dar otra vuelta de tuerca.

Usando los términos correctos: Lo que conocíamos como underground, es el mainstream del presente.

Si alguien me hubiera o hubiese vaticinado en su momento que esto iba a ocurrir, ya me habría preocupado de ser normal en mi época de instituto. Me habría ahorrado un montón de momentos de inexistente satisfacción.

Aún retumban en mis oídos expresiones como cuatro ojos. Ahora, no dejo de ver, en redes sociales, fotos de esas personas que me llamaban por ese cariñoso apodo con gafas de pasta de colores mil con cristales de pega (o sin ellos) porque esta de ¿moda?

¿No ver un carajo está de moda?, ¿En serio? Por favor…

Hay palabras que, a día de hoy, me causan vergüenza y terror pronunciar. Me ruboriza el sólo hecho de nombrarlas. Fashion. Imagina a alguien pronunciándola. Sobre todo, visualiza el momento en el que pronuncian “shi”, arrugando la nariz y nasalizando como el mejor triunfito de la era Telecinco y alargando esa nasalidad hasta un ooon” eterno que termina en un fade out barato, digno de la producción del Se fue de Leticia Sabater.

Lo dicho, terrorífico.

Ya no tiene encanto llevar una cámara de fotos para poder inmortalizar esas pequeñeces que, vistas a través del objetivo de una cámara, se convierten en bellas grandeces. Hasta el Tato lleva hoy día una cámara de foticos. ¿Cómo dicen? ¡Ah, sí! “Pa el Tuenti”; ¡claro! Y con gafa de pasta incluida.

A todo esto, me estoy dando cuenta de la capacidad que tengo para empezar a hablar de una cosa y terminar por otros derroteros.

Como cuando llegas a casa a eso de las doce del día después de una laaarga sesión de estudio —otra vez, ¡ja!— con unas ganas terribles de vomitar. Intentas que el cañonazo vaya íntegro al interior de la taza, pero al final, pilla vomito hasta el apuntador.

Sé que el ejemplo es algo asquerosito, pero era aún peor el que me rondaba la cabeza. A buen entendedor… amanece más temprano.

Conclusión: De modernos de palo esta el mundo lleno.

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